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¿Qué tal te fue en tu primera clase de Taichi?
Una amiga me invitó a probar una clase gratuita y como no me cuesta nada probar cosas nuevas, allá que me fui. La amiga en cuestión no apareció, así que me vi sola en una enorme sala con otras personas y enfrentándome al súbito pensamiento de qué ropa sería más adecuada. Observo que hay personas en pijama… o al menos no visten el kimono ese blanco de otras artes marciales, sino más holgado y de colores diferentes. Poco sexy, pero parece cómodo. Estoy más acostumbrada a las mallas ajustadas y la ropa técnica.
Centrémonos en lo importante: descubrir de una vez qué era eso del taichi, que solamente conocía de escenas de películas más o menos exitosas. Ciertamente, mi única referencia al respecto del arte marcial era el maestro Shifu de Kung Fu Panda. Partiendo de esta base increíblemente sólida, comienzo la clase sin más expectativa que pasar un rato tranquilo, para qué engañarnos. Quizás haya unas presentaciones previas, quizás directamente se salude y se empiece el calentamiento. Efectivamente, existe un saludo especial. Luego ejercicios de calentamiento general conocidos y también otros más específicos que nunca había hecho.
A continuación unos movimientos de respiración. Parecen tan sencillos de seguir… y tan relajantes, así con tanta parsimonia…. Al principio voy genial, suelta, tranquila, pero a la cuarta repetición ya me empieza a entrar un poco de ansiedad. ¿Haremos algo más en toda la hora? ¿Cuándo era que había que coger aire y cuándo soltarlo? Pero si parecía fácil… Hasta me confundo de mano, como si no supiera cuál es mi derecha o mi izquierda. Menuda empanada mental.
En fin, es el primer día, tampoco lo vamos a hacer perfecto. Y menos después de venir de actividades más cañeras y aeróbicas, que van al ritmo marcado por una música bastante más rápida y sonora. Esto es lo que dijo el médico que necesitaba… y el cuerpo también, dicho sea de paso. Que allí nos lo pasamos genial con el chunda chunda, pero luego me viene la factura de las lesiones y tardo más en recuperarme que en regresar al fisioterapeuta. La última vez, entre citas, pruebas y rehabilitaciones, de tres meses fue la broma. Y el gimnasio ya pagado. Total disaster.
Nos han separado por grupos. Los de los pijamas han formado uno y ya van solos; se ve que ya saben lo que tienen que hacer. Luego hay otros grupos más variopintos con personas a las que les están guiando con algún movimiento nuevo. Y ahora voy yo y otra chica que también empieza hoy. Qué lujo de atención personalizada, en zumba ya me puedo perder que que con no tropezar y seguir el ritmo ya hay bastante. Nos explican cosas básicas de lo que es el Taichi, de dónde viene y cuáles son sus principales características. Aprovecho para comentar que nunca he hecho nada parecido y que me duele una rodilla desde hace un tiempo. La otra chica comenta que a ella las lumbares desde los embarazos y que a veces padece vértigo. Vaya dos, el jarabe y la tos.
Nos dan unas pautas iniciales sobre colocación del cuerpo, las plantas de los pies, los hombros, la espalda, la coronilla. La postura es cómoda, pero no sé si sabré mantenerla a la vez que empezamos a movernos. Nos insisten bastante en la correcta colocación de las articulaciones. El movimiento no parece tener mucha complicación, pero es tan lento que me da tiempo a equivocarme varias veces. ¡Mierda de concentración! Repetimos varias veces el cambio del peso y el giro de las manos. Me da por pensar que sí tengo una bola de energía de verdad, y la hago girar en plan onda vital. Me enfoco ahí para no volver a perderme y hasta me vengo arriba y la bola se convierte en un planeta que sobrepasa mis hombros y hace mover mi espalda para abarcarlo. Me hacen una corrección muy sutil y volvemos a ser mis manos y yo.
Luego pasamos a un desplazamiento con los pies, marcando bien cada posición. Y nos quedamos mi compañera y yo ahí practicando, cada una con sus demonios. Yo iba la mar de confiada, pero sobre el undécimo paso empecé a hacerlo de otra forma y a improvisar. No quería hacer el ridículo, así que paré un rato para descansar mientras observaba a mi compañera, que tenía sus propios problemas con el equilibrio. Ay Dios mío, ni que no supiéramos caminar, qué torpes… Me miró y nos dio la risa a ambas. Nos dimos cuenta de que era un proceso de aprendizaje muy personal, así nos lo comentaron un rato más tarde cuando la profesora regresó a nuestro lado para corregirnos o retomar lo que fuese necesario. Buena falta nos hacía.
Hay que ver lo bien que lo hacemos detrás de la profesora, parece que llevamos toda la vida fluyendo. Ahora bien, en cuanto se detiene y nos observa nos entra el canguele, se nos atoran las neuronas y no damos pie con bola. Yo creo que a base de imitarla, si se suena los mocos yo hago el gesto también. Me doy cuenta de que aún nos queda mucho camino hasta llegar a ser como los de los pijamas holgados, parece que van colgados de un hilo, flotando un palmo sobre el suelo. Ahora que estamos haciendo una serie de ejercicios junto con los demás, a pesar de que es lento no es tan sencillo, incluso estoy sudando. Y yo que creía que esto era para ancianos o gente con artrosis. Yo de momento estoy en el segundo grupo… jajaja.
Finalmente hacemos una serie de movimientos repetidos muy amplios pero precisos, acompañados con la respiración. Desde fuera se ve hermoso, pero me quedo sin aire. No sé cuántos litros caben en cada pulmón, pero me da que ellos tienen más espacio que yo. Un par de minutos de meditación en la postura de “abrazar el árbol”. Un par de eternidades diría yo. Mi mente está en cualquier lugar menos ahí, así que me quedo escuchando la relajante música de pajaritos y arroyos de agua. Siento el calor del cuerpo y la respiración bajando el ritmo. Me siento bien.
La profesora dedica unas palabras finales para mencionar los beneficios físicos y emocionales de hacer este tipo de movimientos y del reto que nos supone estar inmóviles. Me consuela saber que no soy la única dispersa. Mi compañera nueva también asiente, claramente nos sentimos identificadas. Puede que le demos una oportunidad al Taichi durante un par de meses para comprobar si realmente esos beneficios son también para nosotras.